El valor de las palabras

      Cuentan que una tarde Alef, recordando lo sabrosa que eran las chinas que poseía su vecino, se acercó a Gímel y le propuso lo siguiente:

-Sabes, Gímel, si me buscases dos guineos maduros te podría dar yo la más jugosa y refrescante china.
-¿De verdad? Ahora resulta que me apetece. Los busco y vuelvo enseguida.

Alef no tuvo que esperar mucho cuando regresó Gímel con los guineos.

-Aquí tienes.
-Gracias.
-¿Y la china?
-Te doy mi palabra de que la buscaré enseguida. Sino es así, te repondré tres guineos en vez de dos y si no lo hiciese puedes tomar lo que quieras de mi casa.
- No es para tanto. Me basta por ahora con tu palabra.

     Sellaron el pacto con un abrazo y Alef partió dando la espalda a Gímel y pelando uno de los guineos sin prisa. Con pocos pasos alcanzó la casa de su vecino Yod a quién saludó diciéndole:

-No me creerás lo sabroso que están estos guineos. Una verdadera delicia. Que tal si me buscas dos chinas y te daré el último guineo que me queda.
-Pues me parece bien. Que chinas tengo ya suficientes. Bien me comería ahora un guineo.

     Así Yod recibió el guineo prometido y Gímel su china y Alef descubrió el valor de las palabras.


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