Ya son mp3

A los vientos del metal y a quienes acechan sus pistas

Yacimiento A: Miles Davis

dio brisas donde
otros imaginaron
cien vendavales



Yacimiento B: John Coltrane

un tren de ideas
coherentes, precisas
y cosquillosas

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Diálogo de un Grito sin voz

Diálogo de un Grito sin voz
o la libertad explicada a los niños

Dedicado a los que no quieren escuchar.


– Madre, ¿qué es la patria?

– Una forma machista de referirse al territorio donde uno vive o nació. Aunque se usa a menudo, viene siendo algo así como "la tierra de mi padre".

– Ay. ¿Le puedo decir Matria, entonces?

– ¡! ... Puede que suene lindo pero, ¿no te parece mejor mi país?

– Pues... Entonces Lares es el Altar de mi país.

– El altar es una mesa de sacrificios para fines religiosos. Lares fue la Ciudad del Grito del 23 de septiembre de 1868.

– Ah, sí. Y la Ciudad de los Cielos Abiertos.

– Bueno. Eso es un invento de un alcalde muy religioso, hijo. Los cielos no pueden abrirse.

– Pero... Pero ese día Puerto Rico fue libre.

– No exactamente, sino que se proclamó la República de Puerto Rico en el pueblo de Lares.

– Ah sí, porque al otro día perdieron.

– Pues, sí. La insurrección fue sofocada al otro día en Pepino, como le dicen al pueblo de San Sebastián.

– Por culpa del chota.

– Del chota y por falta de armas y gente dispuesta a luchar.

– ¿Cómo ahora?

– Ehh. Sí. Parecido.

– Y ¿por qué?

– Pues la gente consideraba normal que los Reyes de España los dominaran. Lo mismo que ahora con el Congreso de los Estados Unidos. Y así, hay gente que piensa que cualquier otra forma de organizarse sería peor.

– Pero yo no quiero que me domine nadie. Cuando sea grande, yo te voy a querer mucho, mucho mucho. Pero no quisiera que me regañaras ni me dijeras que hacer, ni con cuáles juguetes jugar o a qué hora hay que bañarse. Porque seré grande como tú. Por eso Puerto Rico debe ser libre también.

– Puerto Rico es un país. Una forma de llamar a un pedazo de tierra. En este caso un archipiélago. Hay gente que dice: ¡Viva Puerto Rico libre! Pero lo que quieren decir es que los puertorriqueños deben formar un Estado soberano.

– Sí sí. Porque somos una colonia. Y si nos hacemos un Estado soberano, los puertorriqueños seríamos verdaderamente libres.

– Pues no exactamente. Solo que los gobernantes podrían tomar cualquier decisión sin necesidad de la aprobación del Congreso de Estados Unidos. En todo caso, responderían a los intereses de los electores puertorriqueños, específicamente de sus partidos.

– Ah. Pero tú no votas.

– No, porque me opongo a cualquier Estado, como una forma opresiva de dominación. El Estado se utiliza para imponerle a todo un pueblo lo que opina un grupo o partido.

– Como la colonia.

– Similar. Pero en favor de ciertos grupos y partidos locales.

– Ah. Pues no me gusta tanto así. Yo quiero ser un puertorriqueño libre de toda dominación.

– Yo tambien, hijito.

– Pero ¿iremos a Lares de todos modos y me compras una banderita?

– Claro, es un bonito festival que conmemora la afirmación de la libertad, al menos como la entendían en aquella época. Solo estoy esperando que papi llegue con la leche para preparar un café y nos vamos.

– Ahí viene papi. Ahí viene papi.

Despierta borinqueño
que han dado la señal.
Despierta de ese sueño
que es hora de luchar.

¿A ese llamar patriótico
no arde tu corazón?
Ven nos será simpático
el ruido del cañon.
NOSOTROS queremos LA LIBERTAD,
nuestros machetes nos la darán.

Vámonos borinqueño,
vámonos ya.
Qué nos espera ansiosa,
ansiosa la libertad.

La libertad, la libertad
la libertad,
      ¡LA LIBERTAD!

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El valor de las palabras

      Cuentan que una tarde Alef, recordando lo sabrosa que eran las chinas que poseía su vecino, se acercó a Gímel y le propuso lo siguiente:

-Sabes, Gímel, si me buscases dos guineos maduros te podría dar yo la más jugosa y refrescante china.
-¿De verdad? Ahora resulta que me apetece. Los busco y vuelvo enseguida.

Alef no tuvo que esperar mucho cuando regresó Gímel con los guineos.

-Aquí tienes.
-Gracias.
-¿Y la china?
-Te doy mi palabra de que la buscaré enseguida. Sino es así, te repondré tres guineos en vez de dos y si no lo hiciese puedes tomar lo que quieras de mi casa.
- No es para tanto. Me basta por ahora con tu palabra.

     Sellaron el pacto con un abrazo y Alef partió dando la espalda a Gímel y pelando uno de los guineos sin prisa. Con pocos pasos alcanzó la casa de su vecino Yod a quién saludó diciéndole:

-No me creerás lo sabroso que están estos guineos. Una verdadera delicia. Que tal si me buscas dos chinas y te daré el último guineo que me queda.
-Pues me parece bien. Que chinas tengo ya suficientes. Bien me comería ahora un guineo.

     Así Yod recibió el guineo prometido y Gímel su china y Alef descubrió el valor de las palabras.


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El soneto (mas di sonante)

¿Y por qué tanto dolor en la puerta?
Si acurrucado el frío en los ásperos
pétalos del puente mientras abajo
se racionan las ideas, paséanse

sobre un falso crucero megalítico
quebrando cierto arquearse de lo adentro,
cual si fuera fácil, mas sïendo luna
o carne chamuscada o deseo.

Camuflajes de filtro, amplios conos
de arena son, por tanto, un gran fastidio.
Van clausura angelical sin falta

que repose en la nuca, ni verso
corredizo en la miseria, ni
espanto en los pulmones dormidos.


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Juró olvidar la enorme alucinación

Juró olvidar la enorme alucinación que lo había desviado al principio
y buscó otro método de trabajo.
Las ruinas circulares


...convendría pensar que nada falta,
que nada sobra, que todo vale,
cuando nos resultase insoportable
pensar lo contrario, sino habría
que inventar o descubrir soluciones,
modificar actitudes, vivir
tramando estrategias (d)efectivas
o simplemente aceptar que nos...


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La madre'l que no haga'l coro

Maldita vecindad la del Chavo, no.
Que conociéndole pobre...
No hacían mucho por el pobre, no.

Pero el vivía en el 8. ¿No?
Con su familia, ¿no?

¿Y
qué carajo
podían hacer ellos de todos modos entonces, no?

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El futuro será de nuestros hijos

No hay nada que hacer ahora.

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Los derrotistas

Si no puedes con el enemigo, únetele.
Los derrotistas no hemos sido derrotados aun. Tampoco tenemos la certeza de que lo seremos. Sin embargo, creemos firmemente en que hemos de ser derrotados al final. Esa es nuestra virtud en la lucha, por eso siempre nos hacemos para un lado y volteamos la cara. Reconocemos y proclamamos nuestra inferioridad, que nunca ha sido numérica, sino de capital moral: nunca creeremos tener lo necesario para triunfar en la lucha. Nos faltan el valor y las ganas. Nos sobra la conformidad y, aunque no nos satisfaga, no estamos dispuestos ha abandonarla por nada. Por esto, precisamente, no promoveremos nunca la crítica, que bien puede llevarnos a la confusa reflexión de que la necesidad de un cierto cambio reclama una postura resoluta y activa. Y es también por esto que censuramos a todos aquellos que solo saben criticar. Aquellos individuos que protestan constantemente serán siempre un fastidio para el buen orden de una sociedad. El activismo que se dice revolucionario, y que suele acompañar a los que tanto critican, nos resulta una burda obscenidad.
No se piense que somos reaccionarios. Admitiremos siempre la posible necesidad de un cambio, de algo nuevo, de mejorar la interacción social, siempre y cuando no nos quede otra salida. Somos luchadores tímidos, no nos cuesta admitirlo públicamente y, por tanto, no haremos nada que promueva una solución radical. El cambio debe ser mínimo o es una locura, una vana idea destructiva disfrazada de bondad. Solo la sumisión, la vergüenza y la humildad han podido corregir las miserias conjuradas por los utopistas revoltosos del pasado. Esas tres son las virtudes de quienes verdaderamente trabajan en favor de la humanidad.
Además, declaramos que toda revolución es un fraude, pues solo los poderosos pueden alcanzar y ostentar el poder, liderando así una verdadera revolución constante e imperecedera. Solo los más poderosos pueden revolucionar el mundo, el resto de nosotros solo debe disfrutar de la buena vida que estos nos permiten y proveen. Aun cuando no nos convenzan, siempre nos rendiremos ante su poder. Oponerse a los poderosos es promover el caos, puesto que solo junto a ellos compartiremos fracciones del poder. ¡Bajo su mando y su autoridad seremos libres! Por eso el verdadero derrotista nunca estará solo, siempre habrá un poderoso que lo sustente.
Mas si el deber nos empujara a la lucha, si la necesidad es tal que haya que cerrar el puño y levantar la frente, así lo haremos también, vacilando brevemente. Lucharemos junto a los más fuertes, acatando sus órdenes y levantando su bandera. Solo así tendríamos posibilidades de no fracasar. Solo de este modo, el cambio puede ser digno de la lucha y el miedo a la derrota el mejor motivador. La alianza efectiva entre los derrotistas y los poderosos es el motor del progreso ordenado, real y positivo. Avalaremos siempre no sin reservas , toda lucha por preservar el poder y la gracia de vivir entre la civilización de los sensatos, fuertes y poderosos. Esto con la única excepción de cuando nos resultase evidentemente inmoral. En esos momentos de prueba, cuando los poderosos no logran desembarazarse de su inocente corrupción, nosotros, aferrándonos a nuestra sincera actitud derrotista, confiaremos en la pronta auto-restauración de la disciplina de nuestras autoridades. No será difícil oponerse a su inmoralidad, manteniéndonos callados y mirando hacia otra parte. Y es que luchar contra el orden, por inmoral que parezca, es propiciar el desorden y acelerar el fracaso. Los derrotistas lo sabemos muy bien, y por esta razón, les permitiremos a los poderosos hacer todo cuánto deseen y les dejaremos pasar sin reproches cada uno de sus errores. Todo esto y más permitiremos por el bienestar y sana convivencia de todos. ¡Por el progreso de nuestra civilización! Por estas y otras razones, a los grandes y poderosos sobre quienes recae la autoridad, el orden y el bienestar, nosotros los derrotistas, no nos opondremos en nada jamás.

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¿Seremos idiotas?

O somos (verdaderamente) libres
o somos (verdaderamente) idiotas,
pero nunca seremos las dos cosas a la vez.

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Mañana

Hoy
pudiera ser
ayer
y
tal vez
lo sea

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Certeza y lógica

Si ser humano fuera ser hipócrita,
inevitablemente, 
y siendo humano yo,
inevitablemente también,

entonces,

                 ya no quisiera serlo desde nunca.

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